El Fluminese desactiva al Inter y cambia el guión del mundial

El Fluminese no necesitó la posesión para mandar: supo cuándo resistir y cuándo matar

 Un golpe a los tres minutos

Hay goles que cambian partidos y goles que los explican. El de Germán Cano fue de esos segundos. Minuto tres. Fluminense presiona arriba, roba con ferocidad y Jhon Arias mete un centro tenso que Cano manda a la red con la naturalidad del que lleva toda la vida llegando antes que los defensas. Gol. Silencio en Charlotte. Y al mismo tiempo, un aviso: esto no iba a ser una excursión europea por tierras americanas.

El Inter se quedó quieto un segundo. Como si no supiera si eso acababa de pasar de verdad.

 Defender como un arte

No se puede decir que el Inter no lo intentara. De hecho, tuvo el balón, el terreno, el control visual del partido. Pero no supo qué hacer con ello. Fluminense se cerró como un puño. Una línea de tres que se hacía cinco. Un mediocampo solidario. Un equipo compacto, ordenado, sin grietas ni alardes.

Cada intento del Inter moría en el último pase. Barella se movía buscando una rendija. Thuram desaparecía entre centrales. Lautaro, desesperado, buscaba por fuera lo que no encontraba por dentro. Y cuando lograban romper una línea, ahí estaba Fábio, el portero de 44 años que paró todo lo que tuvo que parar. Un veterano que jugó como si la edad fuera sólo un número en la camiseta.

 El Inter que quiso y no pudo

El guion del partido parecía diseñado para que el Inter acabara empatando. Por posesión, por insistencia, por lógica. Pero el fútbol no siempre paga por méritos acumulados. Y eso fue lo que condenó al equipo de Inzaghi: una sensación de impotencia que creció minuto a minuto.

Los cambios llegaron. Frattesi, Carlos Augusto, Arnautović. Más piernas, más centros, más promesas. Pero el problema era otro: Fluminense no defendía atrás por miedo, lo hacía por convicción. Y esa convicción fue inquebrantable.

 El final perfecto

En el descuento, cuando el Inter ya empujaba con más fe que ideas, Fluminense golpeó de nuevo. Una contra mal resuelta terminó en los pies de Hércules, que la agarró desde fuera del área y la cruzó con violencia al palo largo. Gol. Partido terminado. Y mensaje enviado: los brasileños no sólo saben jugar, también saben competir.

 Lección táctica, lección de carácter

Lo que hizo Fluminense fue una clase magistral de humildad táctica. No quiso parecerse al Inter. No lo imitó. Lo desarmó siendo fiel a sí mismo: intensidad cuando tocaba, orden cuando era necesario, y eficacia en los momentos clave.

Renato Gaúcho planteó el partido con cabeza fría. Y sus jugadores lo ejecutaron con el corazón caliente. Un equilibrio difícil de encontrar, pero devastador cuando aparece.

 El fútbol aún no se juega en papel

Fluminense no necesitó tener el balón para controlar el partido. No necesitó grandes estrellas para tumbar a un gigante europeo. Lo hizo con inteligencia, con intensidad y con una convicción innegociable.

El Mundial de Clubes pierde al Inter, pero gana un contendiente de verdad. Uno que, además de jugar bien, sabe cuándo hay que sufrir, cuándo hay que golpear… y cuándo hay que callar bocas

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